Cuando envejecemos, la piel adelgaza, pierde elasticidad y su irrigación no suele ser la mejor, especialmente si tu adulto mayor padece una enfermedad como la diabetes o fuma. Además, la capacidad de la piel para regenerarse es mucho menor, puesto que las células que la conforman ya no pueden multiplicarse al mismo ritmo. Otro punto muy importante es que la masa muscular disminuye con la edad, lo cual deja a la piel, por así decirlo «con menos colchón», dejandola más propensa a tener úlceras por presión.

Esto no quiere decir que todos los adultos mayores vayan a sufrir escaras o que toda su piel se vaya a lesionar. Lo que sí es verdad es que su piel es más frágil y a la vez tiene una menor capacidad para cicatrizar, si llegara a ocurrir un daño. Es posible mantener la piel de nuestro ser querido sana, pero lograrlo requiere de más cuidados.
¿Por qué surgen las úlceras por presión?
En una piel más susceptible, diversos factores extrínsecos pueden desencadenar una úlcera. Si estos no se manejan, la escara simplemente no sanará. Vamos a platicar de ellos, uno por uno.

Presión
Como su nombre lo dice, las úlceras por presión se deben, en muchísimos casos, a la presión. Cuando se ejerce presión sobre la piel, impedimos la circulación y al mismo tiempo dañamos los tejidos. Esto no suele ser un problema en jóvenes y adultos ya que, al momento en que cambian de posición, la sangre regresa al área y, si hubo algún daño, el organismo lo repara rápidamente.
En el adulto mayor la cosa es diferente. Debido a que su movilidad es menor, la presión suele ejercerse durante más tiempo, ¡a veces durante periodos muy prolongados! La presión continua en un área daña los tejidos y no da oportunidad de que se reparen. Si a esto aunamos la fragilidad de la piel y la circulación reducida, comenzamos a ver por qué las úlceras se pueden formar en tan solo unas cuantas horas.
Finalmente, debido a la masa muscular reducida, las prominencias óseas ejercen una fuerza mucho mayor en los llamados puntos de presión: cadera, sacro, talón, codo y nuca son de los más frecuentes.

Fricción
Cuando algo talla o roza contra la piel, se genera fricción. Ésta daña las células externas de la piel (epidermis). Uno o dos roces no suelen ser un problema, sin embargo, el tallado repetitivo puede desgastar la epidermis y, finalmente, romper la piel. Nuevamente, en una piel joven, las células de la epidermis se multiplican con sorprendente rapidez y compensan el daño, en nuestro adultos mayores, este proceso es mucho más lento.
La fricción puede parecer poca cosa, pero no hay que subestimarla. Incluso el roce de las sábanas se puede convertir en un problema.

Cizallamiento (o rozamiento)
Cuando dos capas de piel se mueven en direcciones opuestas, los tejidos se dañan. En la piel joven, el daño es poquísimo, puesto que la piel es muy elástica, gracias al tipo de colágeno que contiene. En tu adulto mayor, el tipo de colágeno es diferente, mucho menos elástico, así que el cizallamiento puede desencadenar una úlcera.
Por ejemplo, hay cizallamiento cuando tu mamá o papá de desliza hacia abajo al sentarse en su silla de ruedas (por eso se recomienda inclinar el asiento hacia arriba, para evitar deslizamientos). El cizallamiento también ocurre cuando el respaldo de la cama está inclinado a más de 30°.

Maceración
Cuando la piel se expone a periodos prolongados de humedad, se ablanda y sufre un proceso de descomposición. A esto se le conoce como maceración o hiperhidratación. De hecho, todos la hemos experimentado hasta cierto punto, cuando las yemas de los dedos se te ponen arrugadas como pasitas, después de un largo y relajante baño. Claro que esto no te causa ningún daño en la piel joven y ésta regresa a su estado normal rápidamente.
En el adulto mayor, el principal motivo para la maceración de la piel es la incontinencia, aunque tampoco hay que subestimar el sudor y los exudados de las heridas.